jueves, 2 de agosto de 2007

Estrategias de invención no clasificadas

"Hablaba su propio idioma. Había logrado la suprema libertad. "
Alejo Carpentier en "Viaje a la semilla".
Quizás, sacada de su contexto, la frase del cubano Carpentier no diga mucho. Pero tras una noche de intentar superar el síndrome de la hoja en blanco -tan bien descripto en un post anterior por Bárbara- es innegable que esas palabras adqurieron un sentido que nunca antes le había otorgado. Marcial, el protagonista del cuento, llega al final de sus días e, increíblemente, las horas que marcan su paso por la vida empiezan a crecer hacia la izquierda. Pronto, es capaz de dejarse llevar por sensaciones nuevas aunque ya vividas -pero irremediablemente olvidadas-. Incluso redescubre que se puede hablar sin regirse por las palabras que la Real Academia y la sociedad "imponen". En ese sentido es que Marcial, al olvidarse del idioma que había hablado en el pasado -cuando las horas crecían hacia la derecha-, recobra una libertad que le había sido arrebatada.
Por un lado, me había olvidado del peso que una frase tan simple podía llegar a tener. Me había olvidado que alguna vez la había leído y había tenido esta misma sensación (casi la misma que tiene Marcial cuando se hace más pequeño y empieza a ver las cosas desde "nuevos ángulos" gracias a su nueva estatura). También había olvidado que, entre tanta convencionalidad, uno deja de lado -y créanme, suelo odiar olvidarme de las cosas- las cosas más simples. Porque hay cosas que indefectiblemente no pueden ser dichas con palabras, porque las palabras son limitadas, son convenciones.
Por ejemplo, tomemos un mapa. Un mapa es una convención que nos dice dónde podemos encontrar una ciudad, cuántos habitantes tiene, qué tipo de relieve hay allí y qué ríos o mares tiene cerca. ¿Eso alcanza para conocer una ciudad? Nunca estuve en la ciudad de Singapur y a pesar de conocer dónde queda según el mapa -y de haber hecho anagramas con su nombre- no sé nada de ella. No la conozco. Y eso es lo que pasa con el lenguaje y con todas las convenciones. Creemos entender todas las palabras y por eso, conocerlas, pero en realidad nos olvidamos que toda convención es una representación y no es ni por lejos lo que quiere significar.
Y a todo esto, tras horas de insomnio y repiqueteo de la misma frase, descubrí que empezaba a entender algo: no puedo empezar el ensayo porque no puedo poner en palabras todo lo que quiero expresar. El siguiente paso sería entender -algo difícil para mí en estos últimos días- que el ensayo es eso, un ensayo, una posibilidad, una representación y, como tal, no tiene que ser el ordenamiento exacto de todo el lío que tengo en mi cabeza.
Y nuevamente caigo en la cuenta: lo digo con palabras, y sigo sin sentirlo. Será porque hay algo más que las palabras, nuevamente, se quedan cortas para expresar...
En un intento de entenderme a mí misma... Ale Soifer.

1 comentario:

Orvuá! dijo...

A mí me esta pasando algo muy parecido.. creo que es por eso que necesitamos recurrir a tantos textos para comprender aunque sea un ápice de lo que es el "ensayo"... sigo pensando que no posee una definición como tantas cosas en las cs. sociales, y eso es una de las principales fuentes de la angustia.
Por otro lado me sirvió bastante el texto de Adorno que esta en el cuadernillo. Espero animarme! ya cambié 5 veces de tema jajajaja

Bárbara *)